Excmo. Sr. D. simón Bolívar”.
Morillo abandonó Barquisimeto el 10 de
Noviembre de 1.820 y tomó rumbo a Carache. El 11 se encontraba en Humocaro Bajo. Como Bolívar había arribado definitivamente a
conclusiones demostrativas de las ventajas del armisticio entre las cuales
figuraba la consolidación de sus posiciones y el incremento de la pérdida del
espíritu de combatividad de un enemigo debilitado para dar mayor importancia a la
tramitación comisionó al general Antonio
José de Sucre y al Coronel Ambrosio Plaza para que se constituyeran en
delegación ante el Cuartel General del Conde de Cartagena.
Desde Trujillo se trasladaron Sucre y Plaza
a Humocaro Bajo. Personalmente entregaron a Morillo la correspondencia que
Bolívar enviaba a los comisionados constituidos por el gobierno español. Esa
correspondencia fue del siguiente tenor:
“República de Colombia---
Cuartel General de Trujillo de 9 a Noviembre de 1.820---- 10.
Simón Bolívar, libertador, presidente de la
república, general en jefe del dl ejercito.
Excmo. Sr. D. simón Bolívar”.
Morillo pasó de Humocaro Bajo a Carache.
Esta población había estado tomada por la “Gran Guardia, compuesta del
escuadrón Dragones mandado por mellao y el coronel Juan Gomez, Jefe del puesto
avanzado”. Morillo llegó a Carache con las divisiones de infantería La Torre y
Tello llegó y el regimiento de Húsares de Fernando VII. No le fue fácil al conde
la ocupación, pues Juan Gómez al acercarse el enemigo por la cuesta de los
eventualmente incapacitados para la lucha. Treinta hombres al mando de Mellao,
bien montados y veteranos en los ataques veloces y en los repliegues
sorpresivos y ordenados, pelearon bravamente en la estrecha vega de Carache. Y
por más que el propio Morillo desplegó su habilidad para interceptarlos, no
consiguió otra vez la lección de que cuando un pueblo quiere ser libre 30
hombres valen lo que importan 30 héroes.
Morillo recibió en Carache a otros
parlamentarios. En la Gaceta de Caracas, de fecha 26 de Noviembre de 1820
aparece esta información: “El 16 vinieron a Carache nuevos parlamentarios de
Bolívar exigiendo con la mayor instancia la pronta ida nuestros comisionados
los señores Don Ramón Correa, D. Juan Rodríguez del Toro y Don Francisco
Gonzales de Linares. S.E. General en Jefe les ha reiterado a estos sus órdenes
para que aceleren su marcha desde Barquisimeto, en donde estaban el 17; no
pudiendo asegurarse otra cosa sino que S.E., encardo de los destinos de
Venezuela está próximo a darla sus
aspirados días con la sinceridad, firmeza e integridad que le son propias, y
que son igualmente necesarias a la dignidad de la gran nación”.
En esta etapa de adelanto de las
conversaciones se hizo más frecuente el intercambio de correspondencia entre Bolívar y Morillo.
Con vistas de que la correspondencia sostenida entre los dos jefes es elocuente
para el esclarecimiento del armisticio, nos permitimos transcribirla en
integridad. Esta es la correspondencia.
El 19 de Noviembre hubo gran actividad en
el Cuartel General de Morillo. Ese día el Jefe español se reunió con sus
comisionados con el objeto de
estructurar un orgánico pliego der instrucciones. Como era imperativo, las
deliberaciones se desenvolvieron con vistas de las órdenes reales, de las
proposiciones y contraproposiciones recibidas formuladas y de las proposiciones
y contraproposiciones recibidas. Fue así como se arribó a las conclusiones que
determinaron las recomendaciones e instrucciones que constan en este pliego:
“En el cuartel general de Carache á 19 de
Noviembre, reunidos el Excmo. Don Pablo Morillo, conde de Cartagena y general en
jefe del ejercito expedicionario de Costafirme; el mariscal de campo D. Miguel
de la Torre, jefe del estado mayor
general; los Sres. Brigadier D. Ramón Correa, jefe superior y político de estas
provincias; D. Juan Rodríguez Toro, alcalde primero constitucional de Caracas, y D. Francisco
González de Linares, comisionados para pasar al cuartel general del Excmo. Sr.
D. simón Bolívar, con el objeto de acordar las bases del armisticio que debe
establecer con el gobierno disidente á consecuencia de la Real orden comunicada
por el ministerio de la Gobernación de Ultramar en 11 de Abril de 1.820, y el capitán
D. Josef Caparros, nombrado secretario: han acordado poner por bases generales
del armisticio los artículos siguientes:
Art. 1. ---- La buena fe debe ser el primer
fundamento de esta negociación de conformidad de los principios de rectitud que
han adoptado por el gobierno benéfico de la Nación.
Art. 2.---- El armisticio deberá ser por un
año contado desde su ratificación.
Art. 3. ---- Las tropas de ambos ejércitos
permanecerán en el terreno que ocupen en el acto de la ratificación, y desde el
mismo momento se librarán órdenes por sus respectivos jefes para la cesación de
hostilidades, a cuyo efecto se nombrarán oficiales que pasen de una y otra
parte á hacer las comunicaciones convenientes á los jefes de las divisiones.
Art. 4. ---- Los mismos oficiales irán autorizados por los
generales de ambos ejércitos para establecer las líneas de demarcación sobre
las bases siguientes:
Primera. ---- Apure será línea divisora
hasta las bocas de Canaguá y de este hasta la ciudad de Pedraza, siguiendo de
aquí una línea hasta Boconó y Trujillo.
Segunda. ---- En el llano Alto servirán de
línea el Manapire, desde sus bocas hasta su nacimiento, y desde aquí hasta el
nacimiento del Guanape continuando hasta entrar en el Unare que servirá de
línea divisoria; quedando Barcelona por las tropas que la ocupen al tiempo de
la comunicación del armisticio.
Tercera. ---- Maracaibo quedará libre para
tener comunicación con los pueblos del interior, tanto para subsistencias, como
par relaciones mercantiles.
Cuarta. ---- Los que operan en el Nuevo
Reino de Granada, quedarán en las posiciones que ocupen al tiempo de enunciar
el armisticio, demarcándose las líneas divisorias por oficiales de ambas
partes.
Art. 5. ---- Quedando, como queda
establecida la base principal de este convenido en la recíproca buena fe, se devolverán de una y otra parte
los desertores y pasados.
Art. 6. ---- Podrán restituirse a sus
hogares los emigrados, y sus bienes les serán devueltos del mismo modo que lo
ha hecho el Gobierno español, sin que, por ningún pretexto se les haga cargos
por sus opiniones políticas.
Art. 7. ---- Cesaran igualmente las
hostilidades de mar á los treinta días
de la ratificación de este tratado para estos mares, y para los de Europa á los
noventa, recogiéndose las patentes de corso que se hayan dado, y no pudiendo
darse otras ni condicionalmente, mientras dure el armisticio.
Art.8. ---- Los comisionados quedan
autorizados suficientemente para alterar ó variar los anteriores artículos en
la forma que mejor les parezca, arreglándose en todo el espíritu de la Real
orden de 11 de Abril que da margen a esta negociación.
Cuartel general de Carache19 de Noviembre
de 1.820 ---- Pablo Morillo. ---- Miguel de la Torre ---- Ramón Correa Juan
Rodríguez Toro, Francisco González de Linares ---- Josef Caparros”.
De conformidad con la participación hecha,
la comisión española debía partir de Carache el 20 de Noviembre, provista de
todos los recaudos imprescindibles, entre los cuales figuraba la credencial de
la protocolar presentación.
Por el antiguo camino que conducía desde
Caracas a Nueva Granada, la sección Carache Trujillo se cumplía normalmente en
dos jornadas diarias no forzadas. La primera comprendía Carache ---- Santa Ana
---- Trujillo. La comisión española salió de Carache el 20 de Noviembre y el 21
se encontraba en Trujillo, donde sus integrantes desde su llegada fueron
beneficiarios de las manifestaciones de amistad y cortesía a que eran
acreedores no sólo por su rango, sino también por el noble ministerio que iban
a desempeñar.
Por su parte, Bolívar proveyó la
autorización de la comisión de la Gran Colombia de conformidad con esta
credencial.
“República de Colombia ---- Cuartel general
de Trujillo á 20 de Noviembre de 1820.
Morillo comunicó a sus representantes la
imposibilidad de poder acceder a las aspirantes de La Gran Colombia y les
ordenó en consecuencia regresar á Carache, no sin antes comunicar esta
providencia a los delegados republicanos. Fue así como éstos recibieron la
siguiente correspondencia:
“Acabamos de recibir una nota oficial de
Excemo. Sr. General en jefe D. Pablo Morillo después de la última comunicación
que hicimos a S.E. de las propuestas de VSS. Sentimos que las cesiones que VSS.
Nos piden nos alejen de un acomodamiento que reclaman tan imperiosamente la humanidad
y el bien de estos pueblos. Tenemos que pasar por el dolor de regresarnos
inmediatamente llevando el desconsuelo de haber sacrificado nuestro reposo tan
inútilmente y de ver desaparecer hasta la esperanza de la paz, con la
renovación de una guerra tan desoladora.
Si VSS., penetrados como lo están, de los
mismos sentimientos que nosotros, se convence de la justicia de los medios que
hemos propuesto en nuestra primera nota y convienen con nuestras proporciones,
o si moderan las suyas reduciéndolas a un más justo término, podremos desde
luego renovar nuestras cesiones y tal vez, arreglar un armisticio que venga á
ser el preliminar de una venturosa paz. Esperamos la contestación de VSS. Para
nuestra última resolución.
Dios guarde á VSS. Muchos años. Trujillo,
Noviembre 23 de 1.820. Ramón Correa ---- Juan Rodríguez de Toro ---- Francisco
Gonzales de Linares.
Sres. Comisionados generales de brigada D.
Antonio Josef Sucre, Coronel D. Pedro Briceño Méndez y teniente coronel D. Josef
Gabriel Pérez.
A diferencia de lo estipulado en el en el
tratado de regularización, en el armisticio se habló simplemente de la
ratificación. En efecto, se dispuso:
“ El presente tratado deberá ser
ratificado, por una y otra parte dentro de 60 horas, y se comunicará
inmediatamente a los jefes de las divisiones por oficiales que se nombrarán al
intento por una y otra parte”, en cambio, en el convenio de regularización se
señaló que la relación “empezará a cumplirse desde el momento de su
ratificación y canje”. Por aplicación de los principios expuestos podría
invocarse que desde el punto de vista teórico el armisticio estuvo ungido de
carácter retroactivo, por lo que la aplicación por ambas partes se inicia en
Trujillo a partir de las 10 de la noche del 25 de noviembre de 1.820. Sin
embargo, no cabe olvidar que el armisticio es una relación político-militar
ungida de especialidad, en el cual el elemento militar es el más importante. De
consiguiente, y en lo que atañe a este último extremo, la iniciación en el
cumplimiento iba ocurriendo sucesivamente, es decir, desde los cuerpos más
cercanos hasta llegar a los parajes militares más distantes. Precisamente, es
ésta la razón del pronunciamiento consistente en que el Tratado “se comunicará
inmediatamente a los jefes de las divisiones por oficiales que se nombrarán al
intento por una y otra parte”.
Mientras que en el tratado de
regularización la ratificación ocurrió mediante actuación (acta) desunida, en
el convenio de armisticio ---- como bien se puede verificar del texto
transcrito ---- la ratificación apareció en forma orgánica, ósea, seguida y sin
separación, desde la propia firma por los comisionados. Indica esto que la
diligencia de ratificación quedó escrita ---- como tenía que ocurrir conforme
al pronunciamiento aplicado ---- el mismo 25 de noviembre de 1.820.
También podrán observar los lectores de los
tratados que en la providencia de ratificación, y de conformidad con las
exigencias protocolares, se otorgó a la Madre Patria el privilegio de aparecer
como primera signataria. Esta observación cobra su mayor importancia cuando se
recuerde que el Libertador fue el primero en el tiempo en hacer la
ratificación. Cierto es que ambas partes ultimaron esa diligencia el 26 de
noviembre, pero también es verdad que Bolívar sancionó el acto por parte de La
Gran Colombia antes que los ejemplares fuese enviados a Carache para que
Morillo hiciese lo propio en nombre y representación de España. En prueba de lo
expuesto recordamos que la actuación ---- según lo evidencia la publicación
hecha en la Gaceta de Caracas de fecha 6 de diciembre de 1.820 ---- a reglón seguido de la firma de los
comisionados aparece la ratificación conforme a este tenor:
“El presente tratado queda aprobado y
ratificado en todas sus partes. Cuartel general de Carache 26 de noviembre de
1.820 ---- Pablo Morillo ---- Josef Caparros, secretario. (Lugar del selo)”.
“Es de la mayor importancia que U. á toda
costa con las fuerzas de su mando, sostenga y permanezca en la capital de
Barinas, incorporando á sus fuerzas todas las demás guerrillas ó partidas que
haya, tanto en Pedraza como en los demás lugares; llamado también á Barinas al
otro Comandantes Romero, esta operación es tanto más importante, cuando que hoy
llagarán probablemente á este Cuartel General los comisionados del General
Morillo, para tratar conmigo sobre el armisticio, y si para cuando incluyamos
el tratado no está ocupada Barinas por nuestros, querrá el General español que
quede por él.
Como los enemigos están en posición de
Guanare, es importantísimo que U. sin perder momento, lo participe á las tropas
de Apure que han pasado ya este Río, y al Coronel Briceño que conduce ganados,
para que los remita por Barinitas, y que él permanezca con las fuerzas de su
mando en Barinas en unión de U.
El General Morillo ha llegado á Carache,
con el objeto de tratar conmigo sobre el armisticio. En Carache tiene su
ejército, y pretende que el armisticio se haga quedando cada uno en posesión de
lo q ocupa al acto del Tratado. Así es que á toda costa debe ocuparse y
sostenerse la capital de Barinas, y la Provincia toda, si es posible.
Pase U. este oficio original y volando al
señor General Páez, para que esté enterado de todo.
He recibido el correo de Guayana que U. me
remitió.
Dirija U. volando, volando el adjunto
oficio del ministro de la Guerra al Coronel Biceño y que sea con la mayor
seguridad.
Este oficio original, que U. debe mandar al
señor General Páez, él mandará rápidamente al señor General Bermúdez, también
original”.
LA ENTREVISTA DE SANTA ANA
Propuesta por Morillo, la entrevista de
Santa Ana constituye como el epílogo de la prolongada actuación de España en
procura de la pacificación que conllevase al abandono de la revolución y al
acatamiento del orden constitucional establecido. En consecuencia, en Santa Ana
las partes iban a jugarse la última carta política y diplomática.
Los sentimientos de paz de los pueblos
pueden ser en ocasiones los mismos que animan individual y subjetivamente a los
supremos dirigentes. De ahí que los pueblos arrían las banderas de la guerra
cuando ya lo han hecho los caudillos, o por lo menos, cuando éstos ya han
adelantado sus pasos por la senda de la claudicación. Y las revoluciones
sucumben en los pueblos atrasados cuando sus jefes son inmolados en los brazos
de la muerte o de la entrega.
Salvo pocas excepciones, los venezolanos
han sido mejores soldados en los campos de la guerra que en los salones de la
diplomacia. Hemos perdido grandes encuentros con simple efusión de palabras y
de tinta. Por esta razón es más importante la entrevista de Santa Ana.
No era simplemente que Morillo “sentía
vivos deseos” de conocer a su excelencia el libertador. Para cubrir todas las
secuencias exigibles a su diligencia, el jefe español tenía que promover
activamente un encuentro personal, directo, íntimo y amistoso con el más
calificado jefe de la revolución americana. De no haber gestionado esta
actuación, al pedirle cuenta se le habría podido imputar que no había realizado
todo lo exigible a un diplomático constituido con carta abierta para la
obtención de un fin patriótico específicamente determinado. Seguramente que fue
fiel L. Perú de Lacroixal transmitir el criterio del Libertador con respecto a
la parte más importante del evento, o sea, cuando advirtió: “¡Qué mal han
comprendido y juzgando algunas personas aquella célebre entrevista! Unos, no
han visto por mi parte ninguna mira política, ningún medio diplomático, y sólo
la negligencia y la vanidad de un necio; otros, sólo la han atribuido a mi amor
propio, al orgullo y a la intención de hacer la paz a cualquier precio y
condiciones que impusiera España. ¡Qué tontos o qué malvados son todos ellos!
Jamás, al contrario, durante todo el curso de mi vida pública, he desplegado
más política, más ardid diplomático que en aquella importante ocasión, y en
esto ---- puedo decirlo sin vanidad ---- creo que ganaba también al general
Morillo, así como lo había ya vencido en casi todas mis operaciones militares.
Fui a aquella entrevista con una superioridad en todo sobre el general español;
fui, además, armando de cabeza a pies; con mi política y mi diplomacia, bien
encubierta con una grande apariencia de franqueza, de buena fe, de confianza y
de amistad”.
Una de las grandes hazañas de Bolívar es
haber concurrido a la entrevista de Santa Ana cuando él se sabía más militar
que diplomático. Si se ha admitido que la guerra es un duelo de pueblos, en
ocasiones una batalla puede ser también un duelo de jefes. El encuentro entre
éstos con frecuencia se sucede en recintos donde se manejan ideas, secretarios y
protocolos. Eludir un reto encubierto de invitación cordial y amistosa puede
generar una derrota moral e internacional. La no aceptación permite originar
como la exteriorización de reservas y cobardía para defender ideas y razones.
Afortunadamente, Bolívar en estas batallas fue también gladiador consumado y
previsivo, pues siempre acudió a ellas “armado de cabeza a pies”.
Es ingenuo y superficial creer que en la
entrevista de Santa Ana los dos jefes iban simplemente a conocerse en forma
personal, a departir sobre sentimientos y afectos particulares, a evocar a los
griegos de banquete, a chocar copas llenas con brazo levantado y a amenizar
todo en un torneo de retórica. “¡Qué tontos o qué malvados!” son quienes han
pensado en esta forma.
En Sana Ana Bolívar y Morillo iba a tratar
fundamentalmente de la situación política y militar que se vivía. Es decir, se
iba a procurar obtener con la persuasión y con la influencia personal la
conclusión de extremos valiosos que habían dejado pendientes las comisiones constituidas.
Morillo iba en pos de ultimar satisfactoriamente el contenido de las
categóricas “Instrucciones” recibidas de su gobierno. Bolívar concurría a la
cita para cumplir otra página de su fecundo apostolado, o sea, para consolidar
los avanzados progresos militares obtenidos hasta el momento y para adelantar
en los posibles lo relativo al reconocimiento del nuevo Estado y de su
gobierno.
Si se conocía o barruntaba que se podía
tratar, era necesario adoptar el procedimiento más aconsejable. O como dicen los
militares, trazarse la mejor estrategia, y aún intercalar dentro del plan
general las acciones tácticas imprescindibles. Bolívar pudo haber expresado en
informal conversación que “jamás, durante el curso de mi vida pública, he
desplegado más política, más ardid diplomático.
Al aceptar el Liberador la invitación de
Morillo, la arrogante España antes conquistadora se encontraría en Santa Ana
con la ya beligerante Gran Colombia y pasarían por sobre Los Andes las sombras
del Cid y de Pelayo.
II
Lunes, 27 de noviembre de 1820. Como todos,
es día hábil para trabajar en favor de la independencia. Ayer, domingo, ha
quedado definitivamente concluido el tratado de armisticio, ya que se ha sido
ratificado y canjeado por las dos partes contratantes. Están pendientes la
ratificación y canje del tratado de regularización de la Guerra. El sueño y el
descanso se concluyen al igual que la noche. Hay que levantarse por la mañana
para respirar la brisa fresca que surge de la cascada que brota cuando las
armas descansan sin que trabaje la pátina. Sin embargo, las horas emplazan a la ratificación y canje del tratado de Regularización. Hay que buscar los
animales y los piensos, clasificar aparejos y ensillar cada bestia con sus
propios aperos. Movimiento de jefes y de peones, “tintineo” de rodajas,
chasquido de riendas y pretales, sonidos de frenos de plata, relincho de
caballos alegres y golpes de cascos de libertad sobre las mismas piedras que
los casquillos grabaron cuando los indios eran perseguidos por entre naturales
avenidas de cedros.
Jefes, oficiales y peones han tomado el
desayuno. Las bestias cambiaran, hoy lunes de jinetes. Los guerreros, por
efecto de la civilización y del derecho de gentes, se han convertido en
diplomáticos. El río Castán no reproduce hoy notas marciales, pues su canto
bucólico parece que dice a los viajeros: ¡Felicidades y éxitos en la
endependencia!
Por
el camino que conduce a La Plazuela, y luego de desprenderse de los brazos
generosos que conformaban la quebrada y el río, viaja el cortejo alegre como en
una introducción de pasitrote que llegará hasta cuando las bestias paralelas al
Mocoy tenga que empinarse sobre el escarpado y asoleado dorso de la Cuesta de
la Bujarú.
Dando curvas por sobre los meandros de la
pendiente los viajeros señalarán a la derecha los parajes y tierras que tiene
Cruz Carrillo para cuando la patria le permita convertirse en Cincinato.
Bolívar podría advertir que su fecundo pensamiento ha florecido también al
abrigo del estrecho valle que se oculta entre dos abruptas caídas. Así van los
hombres en fila. En la mitad de la larga y cansadora pendiente el frondoso
copey acoje a los que van llegando en espera de los resagados. Y así seguirá el
Bolívar de siempre, cuesta arriba, como en una sempiterna inclinación que lo
lleva por los duros caminos que conducen a la gloria.
Pasarán por Llano Grande, Diego Díaz, La
Quebrada de los Monos, el Llanito de las Mujeres, y notarán que desde todos los
puntos la patria se ve cerca. Llegarán hasta la curva que empiezan a bordear el
imponente cerro de La Piedra de Zamuro que nos señala que abajo está Santa Ana.
III
Morillo había llegado temprano. Por el
estrecho valle se había desprendido de Carache y alejado de la Morita y las
Playitas, todavía con la sensación de amargura al no haber la geografía
seguiría propicia al principio de la jornada. A la izquierda el río Carache, a
la derecha el cerro que a veces ce como en inclinación para “tensar” los
nervios y para permitir la contemplación de los Picachitos. Después La Cuesta
de Higuerones, que seguramente ya advertía a trazos la amenaza de la erosión.
Por sobre caídas y ascensos se llegó a pasar la Quebrada de Santa Ana, para ya
pisar tierras que primero fueron del indio Vitorá y después de la División de
Santa Rosalía de Pacheco. El Corral Viejo, El valle Abajo y El Vitoró fueron
puntos que divisó Morillo hasta llegar a la casa de Santa Ana, donde debía
constituir su Cuartel General.
De Carache hasta Santa Ana, acompañado por
un regimiento de húsares, el Conde de Cartagena vio que España estaba agotando
sus últimas energías para evitar la desmembración.
Se alejaban las posesiones, se iban los
súbditos, desertaban los soldados y los descubridores de ideas nuevas en el
transe del nacimiento de nuevos Estados suspendían la sanción a la decisión de
Colón, mediante la cual levantó pendones y colocó América los símbolos de
Castilla y Aragón.
La urbanidad que se manifiesta en
inclinaciones, apretones de manos, besos y sonrisas, tenía sus ensayos íntimos
en el pueblo de Santa Ana, muy arrastrados por las vehementes ideas y prédicas conservadoras del presbítero José
Tadeo Montilla, quien desde su parroquia y cambiando de arreos, habían
deambulado como capellán de los ejércitos reales, hasta tener la satisfacción de impartir la extremaunción al Doctor
Antonio Nicolás Briceño. Y la clásica urbanidad demandaba también la
preparación del apropiado banquete, el
cual sería fervorosamente ofrecido a su Excelencia el libertador y a su
distinguido séquito.
En marcha la materia del banquete hizo su
aparición adelantada el patriota Daniel Florencio O’Leary para notificar que
“el Libertador estaba en camino y no tardaría en llegar”. A preguntas de
Morillo, O’Leary informó que Bolívar, además de los comisionados españoles, iba
acompañado de un escaso número de oficiales, por lo que la nación de igualdad
impuso al Marqués de la puerta la moral obligación de retirar rumbo a Carache
su cuerpo de acompañantes armados.
Sustanciado lo anterior, Morillo y su
séquito tuvieron tiempo para colocarse en un sitio que permitiese la
visibilidad hasta el punto donde debía despuntar el grupo de desarmados
caballeros que venían a una batalla que podía ser decisiva.
IV
Sin húsares se miraba sostenidamente al
Sur. Al fin “se divisó la comitiva del Libertador” en el punto alto desde el
cual se podía apreciar la población. Y mirando hacia “Jubiote” habrían de bajar
los caballeros por el camino arenoso que atravesaba lo que hoy es Santa Rita,
hasta alcanzar el pie de la pendiente, o sea, el punto que ubica más o menos a unos cien metros del sitio donde
actualmente se levanta el monumento. Morillo y su comitiva avanzaron, y cuando
la cercanía se convirtió en encuentro “los dos generales echaron pie a tierra y se dieron un estrecho
abrazo”.
Escasos parroquianos vieron pasara Morillo
con sus arreos sobre el vistoso uniforme de general, tal como si estuviese
convertido en una unidad de imponencia que armonizaba con su erguida
personalidad y con la arrogante estirpe del español temerario, a quien no
convence ni la propia derrota. Y observaron también al Presidente de la Gran
Colombia cuando al seguro trote de la mula patriota avanzaba tropicalmente con
la levita azul y con la gorra de guerrero que se avenía a la cabeza luminosa
del estadista que va a debatir sobre materia de carácter político y militar.
Tácticamente el Libertador había empezado a
ganar en los encuentros parciales de la confianza. La austera manera de
conducir exteriormente en nada menoscababa el acervo de dominio y
autosuficiencia habido de la sangre española. Precisamente, la ausencia de
medallas, botones, charreteras, estrellas y demás atavíos, pretendía dejar ver
con mayor facilidad la suma de atributos que serían esgrimidos a lo largo de
las deliberaciones.
El dominio y naturalidad para desenvolverse
en ocasiones como advertencia de una personalidad en función de defender
intereses supremos. Por anticipado había que calcular que frente a la muralla
se estrellarían las demagógicas reivindicaciones y liberalidades de la
Constitución de Cádiz y las muy dudosas bondades de Fernando VII, quien desde
1814 demostraba que el cautiverio no había limado la inclinación malévola del
consecuente enemigo de la humanidad.
Entre palabras cordiales y animados
intercambios amistosos discurriría el corto trecho que separaba el punto del primer
abrazo de la hoy desconocida casa en que pernoctarían los jefes y sus
acompañantes.
V
Ya en pie, todos harán dejación del usado
protocolo para poder penetrar más espontáneamente en la avenida del mejor
conocimiento, a través de conservaciones de grupos que se definen por los
sencillos temas tratados y hasta por sitio que ha tocado a cada quien al
iniciarse el segundo episodio del intercambio. Sin embargo, jerarquía y
autoridad emplazarán a los altos paladines a continuar el interrumpido acto
iniciando con el primer abrazo.
El anfitrión tendrá siempre tiempo hábil
para dirigir aquella batalla de atenciones en que ahora está comprometido con
sus viejos contendores. Las normas de urbanidad, de hospitalidad y de simpatía
se asociarán a la generosidad de la naturaleza del bucólico paraje. No puede
ocurrir de otra manera, ya que las conquistas diplomáticas se obtienen más
fácilmente en el propicio ambiente de la comodidad, casi siempre abonada en
estos casos con amenidades y buenos vinos. Se estaba en la introducción de una
providencia compleja promovida con finalidades preestablecidas.
Tres importantes actos tenían que cumplirse
en el resto del día. El primero consistía en la ratificación por Morillo del
tratado de Regularización de la Guerra y
en el consiguiente canje de los ejemplares. El segundo radicaba en las
conversaciones de fundo con respecto a la materia conocida. Y tercero se
refería a lo puramente social y personalmente amistoso, lo que se cumplirían
con la reunión previa a la comida y con el banquete preparado.
Con vista de la anterior relación es
didáctico exponer los puntos conforme al siguiente orden:
a)
Ratificación del Tratado de Regularización de la Guerra.
Según hacemos visto y demostrado
documentalmente, Morillo trasladó y constituyó en Santa Ana su Cuartel General.
Además se hizo acompañar por su secretario Joset Caparros, quien con tal
carácter habría de refrendar la ratificación.
Los ejemplares del Tratado de
Regularización de la Guerra fueron llevados cuando Bolívar, su comitiva y los
comisionados españoles se trasladaron a
Santa Ana en la mañana del 27 de noviembre. No podía ocurrir de otra manera,
dado que el Libertador en representación de la Gran Colombia había formalizado
la ratificación en la ciudad de Trujillo, en la misma mañana. En consecuencia,
el acta de ratificación por parte de España fue confeccionada y firmada en
Santa Ana. Esta circunstancia aparece en la parte final en Santa Ana. Esta circunstancia
aparece en la parte final de la actuación, cuyo indubitable mérito se puede
invocar por otra vez.
El canje se verifica por un acto meramente
físico, al final del cual cada parte recibe y queda en posesión de un ejemplar
auténtico, listo para publicarlo como ley en el respectivo órgano oficial. Así
se explica que para el 29 de noviembre ya pudiese salir desde Carache un
oficial español del regimiento de húsares con las copias auténticas de los
tratados que serian publicados en la Gaceta de Caracas del 6 de diciembre de
1820.
Sin justificación científica actuación
cumplida en Santa Ana ha sido omitida por los historiadores. O por lo menos, no
se ha hacho sobre ella la racional revalorización que en buen sentido impone la
trascendencia de la inteligencia culminante de un memorable tratado
internacional que tanto honor tiene que hacer a la América.
b)
Materia de fondo tratada a nivel de los altos Jefes
Indalecio Liébano Aguirre ha interpretado
cabalmente esta secuencia cuando ha expuesto: “De acuerdo con sus propósitos
Morillo no se demoró en aprovechar la cordialidad de las conversaciones para
destacar ante el jefe de los rebeldes americanos cuán grande era la generosidad
del Rey, su señor, al ofrecer a las colonias, como conclusión de esta
sangrienta e inútil guerra entre hermanos, una paz honrosa y la seguridad de
que bajo los principios liberales de la Constitución de Cádiz, los “mantuanos”
adquirían los privilegios y preeminencias por cuya conquista se habían lanzado
a la insurrección. No creemos inverosímil, además, que Morrillo, en forma
diplomática, esbozara ante el Libertador la posibilidad de honores y
recompensas, si se lograba para la guerra una solución de esta naturaleza”.
El General La Torre alude a la materia de
fondo cuando asienta: “Yo estaba presente cuando hablándose de las dificultades
que podrían suscitarse en la demarcación de límites señalada por el armisticio,
S.E. el Presidente dijo a mi ante señor, que para decidirlas nombraba el
árbitro por su parte al brigadier Don Ramón Correa, contestando aquel que por
la suya quedaba elegido el teniente coronel Joset Gabriel Pérez. ¿Cuál sería mi
admiración al ver que S.E. el Presidente hacía uso de esta conversación en una
nota oficial, para fines diversos de aquellos con que había sido vertida; y
cuando estaba o debía estar cierto de que ni la delicadeza, ni el honor, ni las
notarias circunstancias del brigadier Correa, ni la circunspección, y orden
establecido en los gobiernos, ni las leyes y usos del nuestro hacían posible
semejante transacción? ¿Cuál sería el considerar que esta franqueza podía tener
por objeto presentarse en lo sucesivo como una prueba de sublime buena fe capaz
alucinar a los distantes, o a los que no estuviesen en el lleno de las
negociaciones?
La cita anterior responde a lo que sostiene
el Libertador en el siguiente alegato: “Mas sin ninguna de estas
consideraciones es suficiente para convencer a V.E. de la legitimidad de mi
derecho a proteger a Maracaibo, yo adoptaré un medio que ha sido en otros casos
muy aplaudido. Nombremos árbitros por ambas partes y defiramos a su decisión.
Por mi parte cumplo mi oferta en Santa Ana: será el Sr. Brigadier Correa.
Y el General O’Leary escribe: conforme a lo
estipulado en Santa Ana, debían darse instrucciones a las autoridades civiles y
militares, patriotas y realistas, sobre el modo de observar el armisticio y
para evitar toda equivocación un oficial de cada ejército llevaría los
pliegos”.
Para mantener la posición de fondo de la
Gran Colombia, Bolívar tenía que oponer que su condición y actuación personales
no lo permitían revisiones, ni mucho menos retractaciones o traiciones. En esta
forma no se valoraba ni menoscababa la dudosa magnanimidad de Fernando VII en
favor de sus colonias. Por otra parte, el Presidente tenía que convencer al
Conde de Cartagena de que así como el Rey ahora limitaba su actuación conforme
al mérito y alcance de los dispositivos liberales de la Constitución de Cádiz,
la Gran Colombia se había trazado una plataforma orgánica de principio morales
y políticos, los cuales debían de ser inalterablemente cumplidos, no sólo en
razón del convencimiento que se tenía sobre la conveniencia y la bondad de los
mismos, sino también en base al mérito de juramentos reiterados de defender la
revolución hasta las últimas consecuencias.
Morillo era un hombre honorable y de
indudable patriotismo. Por ello estaba en condiciones de estimar el patriotismo
de sus semejantes, sobre todo cuando este valor se ponía al servicio de un
pueblo con el aval de la palabra de honor. Por tal motivo debía admitir que
Bolívar no podía acceder a la suprema finalidad contenida en “Las
instrucciones” impertidas por el Rey.
El Libertador creyó ---- según lo veremos
posteriormente ---- haber obtenido un provecho al comprometer la exigible
intervención de Morillo en favor de la Gran Colombia en puntos meramente
procedimentales que dejaban incólumes la personalidad y lealtad del patriota
español.
En definitiva, la uniformidad de criterios
quedó circunscrita a lo puramente subjetivo. En cuanto a lo esencial, la situación
permaneció inalterable, pues subsistieron los dos bandos y cada quien
permaneció sin claudicación en el mantenimiento invariable de sus puntos de
vista.
Es lamentable para que la época no fuese de
estilo general el comunicado conjunto. Por esta razón, y al recordar la
entrevista de Santa Ana, se ha venido haciendo un empalagoso énfasis sobre lo
meramente social, como siguiendo la orientación de la parcial crónica orgánica
quedante.
c)
El aspecto social
Este último aspecto, según ya hemos
anotado, es el que cuenta con más amplio material. Todos se esmeran en señalar que el encuentro entre
los jefes estaba ungido de la mayor significación social. La verdad es que se
puede sostener que en la entrevista existe como una subjetiva manifestación
individual entre los jefes que vale como un augurio de eterna paz entre los
pueblos y entre los ejércitos. Además, desde el nivel de la alta jefatura se
comienza a dar vigencia a la regularización, ya que los más altos jerarcas
demuestran ostensiblemente que la compresión, el entendimiento y la urbanidad
no pierden su existencia por más que eventualmente se niegue en forma obstinada
su fecunda aplicación. Los buenos modales, la educación y los conocimientos
siempre pueden atemperar la guerra y hasta ser utilizables como valores con voz
y voto para obtener la paz cuando las armas se cansan de destruir, o cuando los
gladiadores hacen un alto en el duelo.
Hay que figurarse a Bolívar y a Morillo en
Santa Ana haciendo la apoteosis del armisticio y de la regularización de la
guerra. Precisamente, esto ocurre en Santa Ana, en donde no se puede obtener la
paz definitiva, ya que ella se opone la incompatibilidad que existe entre el
reconocimiento de la independencia de la Gran Colombia y el acatamiento a la
Constitución de Cádiz. No queda otro recurso sino reconocer el avance parcial
realizado por la senda de los mejores afectos y de los más altruistas
sentimientos. Por eso se habla de la hermandad que existe entre los
contendores; de la sangre española que circula impetuosa por las venas de
todos, así como ya lo hizo dentro del Inca Garcilaso de la Vega; de la
castellana lengua que se levantó sobre los despojo de los dialectos indígenas;
y de la religión que avanzó al principio en América con las creencias y
palabras de los sacerdotes temerarios y que se atrincheró muchas veces en las cruces sembradas en los
caminos.
La crónica existente está caracterizada por
la verosimilitud y credibilidad, ya que los autores de las mismas fueron
actores en la relación. Además, las menciones son coincidentes entre ambas
partes. En forma objetiva los actos más importantes son:
a): Bolívar y Morillo se abrazan por
primera vez en el mismo punto en que se realiza el encuentro inicial, y en
donde, como es natural, ocurrió también la recíproca visión de comienzo para el
conocimiento externo y derecho.
b): Los jefes y acompañantes marchan en un
solo grupo hasta la casa donde Morillo habían hecho preparar lo necesario para
el recibimiento.
c): Todos concurren oportunamente al
convite que había sido preparado, después de haber asistido a la primera
comida, la cual resulta tan placentera que no es aventurado presumir la
existencia de un recargo de aperitivos.
d): En el banquete se suceden discursos y
proposiciones jubilosamente aceptadas por unanimidad.
e): Oportunamente se da cumplimiento a lo
que ya es materialmente ejecutable.
No cabe duda que el banquete con discursos
es un evento parcial de singular importancia ocurrido en Santa Ana. Los
militares ---- según se dice ----
demostraron que podían incursionar por el difícil arte de la oratoria con tanta
seguridad y serenidad que como lo hacían en el controvertido arte de guerra.
Aquella desconocida casa de Santa Ana se llenó de retórica, de imaginación y de
esperanza. Como la crónica tiene tanto de emoción y tanto de buen periodismo,
reproducimos la que existe sobre la entrevista de Santa Ana. He aquí dicha
crónica: “Morillo había hecho preparar en la población una comida sencilla y
delicada. En aquel festín militar, en que la historia contempla el poder de la
justicia, la eficacia y valor de la constancia y el triunfo de la libertad,
Morillo, henchido de alborozo, propuso que se consagrara a la posteridad un
monumento que perpetuase la dulce memoria de aquel día; que se erigiera una
pirámide en cuya base se grabaran los nombres de los comisarios de Colombia y
España que habían presentado, dirigido y concluido el tratado de regularización
de la guerra entre los dos pueblos: que la primera piedra fuese conducida por
el Presidente de Colombia y por él, que habían aprobado y ratificado aquel
tratado que se vería en Europa como un documento eterno de generosidad y
filantropía, y que sobre aquella piedra se renovasen sus promesas de cumplirlo
estricta y fielmente, dando de este modo un carácter más augusto y religioso a
aquel convenio, que debían llamarse el de la conservación de los que en lo
sucesivo fueran destinados por los dos gobiernos a sostener sus derechos. El
Libertador adoptó la idea con transporte; y Morillo y él condujeron al lugar
donde se encontraron y se abrazaron la primera vez, una piedra angular, sobre
la cual se propósito decir, que el Libertador, con la amenidad de sus palabras
y la lucidez de su espíritu, tuvo hechizados a Morillo y a los suyos, que
rindieron con su admiración y afecto juntamente. En la mesa fue el primero que
discurrió; y ora sea que la importancia del asunto inspirase sus palabras; ora
que sensibles los corazones, se dejasen más fácilmente arrastrar del
pensamiento sublime, fue lo cierto que el discurso de Bolívar hizo derramar
dulces y copiosas lágrimas. Al terminar, cuando electrizado, dijo: a la heroica
firmeza de los combatientes de uno y otro ejército; a la constancia,
sufrimientos y valor sin ejemplo; a los hombres dignos, que a través de males
horrorosos, sostienen y defienden la libertad; a los que han muerto
gloriosamente en defensa de su patria o de su gobierno; a los heridos de ambos
ejércitos, que han mostrado su intrepidez, su dignidad y su carácter… un trueno
de aplausos respondió al acento sublime de Bolívar. El había evocado todos los
recuerdos y saludado a todos los bravos, a todos los leales, a todos los
mártires de la obediencia o de la justicia. Morillo y Latorre fueron los más
expresivos de admiración y de contento. Pero Bolívar estaba aun de pie. Una
idea más tenía que emitir. Su fondo era inagotable. Restablecido el silencio el
Libertador dijo: odio eterno a los que desean sangre y la derraman
injustamente. Morillo contestó el brindis del Presidente de Colombia, diciendo
estas palabras: “Castigue el cielo a los que no estén animados de los mismos
sentimientos de paz y amistad que nosotros”.
El Brigadier Correa expresó en el brindis:
“Prefiero este día a todas las victorias de la tierra”; Don Juan Rodríguez del
Toro dijo: La muerte me es indiferente después de un día tan glorioso”, La
Torre, aludiendo a Bolívar manifestó: “Descenderemos juntos a los infiernos en
persecución de los tiranos”; y al quien quiso “que la última página de la
historia de Colombia termine el 27 de noviembre”.
No obstante el derroche de imaginación y
retórica producto de la intensa emoción que contagia, hoy creemos que la
importancia del banquete no alcanza a la transcendencia de los otros dos
aspectos de la entrevista. Efectivamente, el primero tiene un instrínsico
mérito jurídico y el segundo tuvo valiosas implicaciones políticas posteriores.
Ahora sería procedente confiar de nuevo en la sinceridad de Perú de Lacroix
cuando sostiene haber oído expresar a Bolívar: “¡Qué mal han comprendido y
juzgado algunas personas aquella célebre entrevista! Unos no han visto por mi
parte ninguna mira política, ningún medio diplomático… ¡Qué tontos o qué
malvados son todos ellos!”
Al concluir el primer intercambio, “la
firmeza que Morillo advirtió en la aparente cordialidad de las frases de
Bolívar, borró de su espíritu toda esperanza en un entendimiento favorable a
las aspiraciones del monarca español. La impresión de que Bolívar era un hombre
muy distinto del que había esperado encontrar, aumentó su pesimismo y en los
siguientes términos comunicó más tarde en informe reservado al gobierno de
Madrid, su opción sobre el Libertador: “Nada es comparable a la incansable
actividad de este caudillo. Su arrojo y su talento son sus títulos para
mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra; pero es cierto que
tiene de su estirpe española rastros y cualidades que le hacen superior a
cuantos le rodean. El es la revolución”.
Pasó la noche fría. Vino el día 28 de
noviembre. Ese día los altos diplomáticos desanduvieron los caminos en medio de
recuerdos y comentarios al conjuro de cuestas que se habían convertido en
bajadas.
VI
Fue tanta la importancia que el Libertador
vio en la entrevista de Santa Ana, que rindió pormenorizada referencia de ella
a Santander en estos emocionados términos:
Trujillo, 29 de noviembre de 1.920.
A.S.E EL General Santander:
Vd. Verá en las comunicaciones oficiales
cuánto ha ocurrido en los últimos días. El armisticio nos es ventajoso porque,
establecida nuestra comunicación franca y ocupando buenas posiciones en una
línea sin intermisión alguna, estamos en la mejor actitud para continuar las
operaciones llagado el tiempo, de lo cual creo no habrá necesidad, porque la
mayor ventaja del armisticio es el térmico de la guerra, según se nos asegura.
El tratado que regulariza la guerra nos
hace un grande honor, porque ha sido propuesto todo por nosotros.
He visto a Morillo ante ayer y creo
ingenuamente que es un hombre regular y de intenciones buenas: que sus errores,
como él dice, son obre de Enrile que justamente nos ha irritado contra él,
porque aparece como el autor. Verdaderamente me ha gustado.
Se trabaja una relación de las ocurrencias
de nuestra entrevista que ciertamente va a ser admirable e increíble entre
nosotros mismos. Desde Morillo abajo se han disputado todos lo, españoles en
los obsequios a que nos han distinguido y en las protesta de amistad hacia
nosotros. Un aplauso a nuestra constancia y al valor que ha singularizado a los
colombianos, los vieres que han repetido al ejército libertador; en fin;
manifestaciones de sus deseos por la amistad de Colombia a España, un pesar por
los desastres pasados en que estaban envueltos su pasión y la nuestra,
últimamente la pureza de este lenguaje que es ciertamente de sus corazones me
arrancaron algunas lágrimas y un sentimiento de ternura hacia algunos de ellos.
Hubo brindis de mucha atención y de la
invención más bella, pero me han complacido sobre manera los del coronel Tello
y general La Torre. El primero, “por los triunfos de Boyacá que han dado la
libertad a Colombia”. El segundo, “por los Colombianos y españoles que unidos
marchen los infiernos si es necesario contra los déspotas y los tiranos”.
Morillo brindó, entre muchos otros particulares muy entusiasta y liberales,
“por los héroes que han muerto combatiendo por la causa de su patria y de su
libertad”. En fin, sería necesario un volumen para decir los brindes que
tuvieron lugar porque, como he indicado, cada español disputaba a los demás el
honor de elogiarnos. Nosotros retribuimos a sus brindis con justicia y
moderación y complaciéndolos bastantemente.
El General Morillo propuso que se levantase
una pirámide en el lugar donde él me recibió y nos abrazamos, que fuese un
monumento para recordar el primer día de la amistad de españoles y colombianos
la cual se respetase eternamente; ha destinado un oficial de ingenieros y yo
debo mandar otro para que sigan la obra. Nosotros mismos la comenzamos poniendo
la primera piedra que servirá en su base.
El general La Torre me ha agradado mucho;
está resistido a ser sólo español; asegura que no se embarcará jamás, sea cual
fuere la suerte de la guerra; que él permanece a Colombia y que los colombianos
lo han de recibir como hermano. Esta expresión, hecha con mucha nobleza y
dignidad, me ha excitado por él un grande aprecio. Me ha protestado que agotará
todo su influjo para que la guerra sea terminada porque está resuelto a no
desenvainar la espada contra nosotros; que su influjo valdrá mucho, porque cree
quedar con el mando del ejército, según anuncian que viene el permiso de
retirarse al general Morillo.
No he visto un solo oficial que
manifestase, ni en su semblante, deseos de continuar la guerra; pero ninguno ha
tampoco indicado siquiera que la paz pueda obtenerse sino con la independencia.
Todos ellos se prometen que no se disparará un tiro después del armisticio,
porque a ésta sucederá la paz.
Linares me ha asegurado que en Caracas se
trata de hacer una junta de notables para mandar diputados que expongan en las
cortes la situación de este país y la necesidad de arreglarse con el gobierno
independiente. Morillo ofrece proteger estas solicitudes, si él va, como cree,
y me ha dicho que mande mis diputados o plenipotenciarios y aun me indicó que
fuese uno Briceño.
Olvidaba decir a Vd. Que Morillo trajo dos
dibujantes para que marcaran los pasajes más notables, a fin de mandar sacar
diferentes láminas a Europa para que corriesen en todas partes. En la pirámide
deben figurarse también varios pasajes y las ideas para las inscripciones que
debe tener son muy bellas.
Vd. Ve mi querido Santander, que es preciso juzgar que la paz
está cerca de nosotros, o que las cosas no debemos llamarlas como son. Si yo me
equivoco en mis cálculos he sido engañado bajo los datos más ciertos.
Después de esta entrevista no parece
regular que hablemos más en nuestros papeles públicos contra estos señores. Yo
se los he ofrecido así, y es menester cumplirlo, porque además conviene a
nuestra política manifestar que no hemos sido nosotros los encarnizados
enemigos de los españoles, sino cuando ellos lo han sido nuestros y que, cuando
se entrevé la paz los recibimos como amigos.
No haga Vd. uso de esta carta sino entre
amigos porque contiene pasaje que pueden comprometer a estos señores con su
gobierno. Se remitirá la relación de este suceso que debe imprimirse, que
hablará extensamente y que comprenderá la despedida, tan sensible y amistosa
como nuestra llegada. Alcántara, que ha ido para esa, dirá a Vd. Con
especificación todas las ocurrencias, pues él me acompaño.
Al imprimir los tratados, especialmente el
de regularización de la guerra, es menester hacer algún elogio de los
negociadores españoles aunque excelentes sujetos u muy humanos; pero se
distinguirá al brigadier Corea que, sin duda, es el mejor hombre que pisa la
tierra.
Alcántara va con un oficial español para
notificar el armisticio en el Sur, y, afortunadamente, el último
afortunadamente, el último nos puede servir, bien porque es alegre y divertido.
Apure Vd. La expedición del Sur para que la notificación la encuentre muy
avanzada. Sobre esto no podré encarecer a Vd. La importancia y la actividad que
debe tener para manejar el asunto, a fin de lograr cuanto convienen a nuestros
intereses sin comprometer la justicia, el honor y la buena fe.
Yo pienso ir a Barinas y Apure a recorrer
esa línea, establecer los cuerpos y estar en Cúcuta para el establecimiento del
congreso. Urdaneta quedará por aquí.
Adiós, mi querido amigo.
BOLIVAR”
A Morillo hizo bolívar las siguientes
remembranzas:
“Trujillo, 30 de noviembre de 1.820
Excmo. Señor General Don Pablo Morillo.
Excmo. Señor:
Con mucha satisfacción he recibido, mi
estimado amigo, las primeras letras confidenciales y amistosas que Vd. Se ha
servido dirigirme con el amable teniente Arjona. Iguales recuerdos, iguales
sentimientos hemos experimentados por acá, todos los que homos tenido la
aventura de conocer a Vd. Y sus dignos
compañeros de armas. Parece que una mutación universal se ha hecho con nuestras
sensaciones para verlo todo bajo el aspecto más lisonjero. Por mi parte,
confieso que mi corazón se ha mudado con respecto a mis nuevos amigos. No hay
momento que no recuerde algunas ideas, alguna sensación agradable originada de
nuestra entrevista. Yo me doy la enhorabuena por haber conocido a hombres tan a
creadores a mi justo aprecio, y que al
través de los prestigios de la guerra no podíamos ver si no cubiertos de las
sombras del error.
Nuestro teniente Arjona ha tocado las
dificultades que existen para elevar el monumento consagrado a nuestra
reconciliación a la tregua y al derecho
común de los hombres.
Bien merecía este monumento ser tallado
sobre una mole de diamantes y esmaltado de jacintos y rubíes; pero está
construido en nuestros corazones. El teniente Arjona dirá a Vd. Sus ideas sobre
este particular. Yo me refiero a él.
He recorrido ligeramente el manifiesto que
Vd. Ha dado, y lo he visto con placer, hace la apología de un hombre benemérito
de su patria. No me he ofendido, porque el lenguaje de la guerra es de
etiqueta, y está recibiendo como un
lenguaje de convención para dañar al
contrario. Nada sino las malas acciones, debe molestar a los hombres sensatos.
Todos nuestros amigos comunes han
agradecido sobremanera las expresiones
de aprecio con que Vd. Los ha honrado, y las retornan con la más fina voluntad.
Haremos sin embargo mención muy
particular de nuestro general La Torre, que nos ha agradado infinito: del
elegante coronel Tello; y del precioso amigo Caparrós, que tanto nos ha
enamorado por su bellísima índole, como por su expresiva fisonomía.
Acepte Vd., mi querido general y amigo, los
testimonios de mi alta consideración y aprecio. B. L.M. de Vd.
SIMON BOLIVAR”
Por
su parte, los españoles también dejaron constancia escrita acerca de la
entrevista. Este es el texto que aparece publicado en el mismo número de la
Gaceta de Caracas, en donde fueron publicados los tratados:
“El Excmo. Sr. Conde de Cartagena en carta
al S.C.G. interino dice entro otras cosas lo siguiente:
“Carache noviembre 28, 1820.---- Mi
estimado Pino: acabo de llegar al pueblo de Santa Ana, adonde pasé ayer uno de
los días más alegres de mi vida en compañía del general Bolívar y de varios
oficiales de su E.M. a quienes abrazamos con el mayor cariño. Todos estuvieron
contentos: comimos juntos y el entusiasmo y la fraternidad no pudieron ser
mayores. Bolívar vino sólo con sus oficiales entregado a la buena fe y a la
amistad, y yo hice retirar inmediatamente una pequeña escolta que me
acompañaba. No puede U. ni nadie persuadirse de lo interesante que fue esta
entrevista, ni de la cordialidad y amor que reinó en ella. Todos hicimos
locuras de contento pareciéndonos un sueño el vernos allí reunidos como
españoles, hermanos y amigos. Crea V. que la franqueza y la sinceridad reinaron
en esta unión. Bolívar estaba exalto de alegría: nos abrazamos un millón de
veces, y determinamos erigir un momento para eterna memoria de principio de
nuestra reconciliación el sitio en que nos dimos el primer abrazo”.
Y en la misma Gaceta de fecha 6 de enero de
1.821 aparece esta otra “Carache 28 de noviembre de 1.820. ---- Mi estimado
Gárate: acabo de llegar ahora que son las diez de la mañana de Santa Ana de ver
la entrevista mas halagüeña, más liberal y más incomprensibles que se puede
imaginar. Sí, amigo: Morillo y Bolívar con varios jefes y oficiales comieron
juntos todo el día de ayer, y juraron una fraternidad y filantropía
interminable. El gozo, la buena fe y la sinceridad brillaban en los semblantes;
la efusión íntima y verdadera del alma se hacía conocer en los síntomas del
rostro en todos los circunstantes. La comida fue dispuesta y dada por el
general, y fue tan animada y alegre, que no parecía sino que éramos amigos
antiguos. Bolívar bridó varias ocasiones por la paz y el valor del General en
jefe y su ejército. El General Morillo con toda sinceridad de su corazón, y
hasta saltársele lágrimas de placer, brindó por la concordia y fraternidad
mutua. El General Torre y demás jefes de uno y otro partido continuaron con los
brindis bajo el mismo concepto; y todo, eran abrazos y besos. El General
Morillo y Bolívar se subieron en pie sobre la mesa a brindar por la paz y los
valientes de ambos ejércitos, a lo que siguió vivas por Morillo y Bolívar. En
fin, amigo, sólo a la voz podré completamente pintar a V. las diferentes,
incomprensibles y apreciables circunstancias de estas entrevistas. Nunca me lo
figuré y V.V. menos pueden creerla. Saldrán en los papeles de una y otra parte
contando circunstanciadamente el lance; y entonces se empaparán de todas las
particularidades difíciles de describir aquí.
Se decretó
poner un momento en el mismo paraje donde se abrazaron por primera vez
Bolívar y el General el jefe, para acreditar a la posteridad los laudables
deseos de filantropía que animaba a ambas partes la cesación de la guerra. Se
nombraron comisionados, y pronto veremos erigidos estos trofeos de lo que puede
la razón cuando se oye desnuda de pasiones y preocupación. Se llevó por los
Generales la primera piedra en donde ha de estribar el monumento, y se colocó
con un juramento solemne en el mismo punto donde hubo el abrazo que ha dicho.
También se levantará una lámina que represente la aptitud más animada de la
comida, colocando como primeros personajes en su misma figura y asientos que ocupan
los tres generales M orillo, Bolívar y La Torre”.
VII
A partir de la celebración de la entrevista
de Santa Ana, Bolívar entiende que ha ganado la partida hasta poder exprimir el
soterrado sedimento existente en el alma de Morillo a favor de la independencia
de estos países. Y aún entiende que el
Conde de Cartagena puede interponer sus servicios y sus y sus influencias
favorables para que los comisionados de la Gran Colombia en España realicen una
más fácil labor en pro de nuestro reconocimiento integral. Esta aseveración
tiene su demostración en carta ya reproducida, en la que Bolívar sostiene que
“Morillo ofrece proteger estas solicitudes, si él va, como cree, y me ha dicho
que mande mis diputados o plenipotenciarios y aún me indicó que fuese uno Briceño”.
Además, y para robustecer la consecuencia destacada, recuérdese que en la misma
correspondencia Bolívar enaltece la confianza a que se ha hecho acreedor el
supremo jefe español, cuando apunta: “Si encontrare un buen sujeto que mandar a
España de comisionado de Colombia, lo haré y si no, me contentaré con mandar a
España de comisionado de Colombia, lo haré, y si no, me encontraré con mandar
una carta al Rey por medio de Morillo”.
En
correspondencia librada a Don Vicente Roca fuerte, dice el Libertador: “Morillo
mismo se ha declarado mi amigo, y ha marchado a España a solicitarnos nuevos
amigos”.
Y si todo lo anterior no fue suficiente,
tómese nota de esta manifestación:
“Bogotá. 26 de enero de 1.821
Al señor General Pablo Morillo.
Mi estimado amigo:
He sabido, con mucha satisfacción, que Vd.
Ha logrado al fin volver a su querida patria a gozar del placer vivo y puro de
volver a ver el suelo nativo y la familia querida. Reciba Vd. Mi enhorabuena
por su feliz llegada a la corte de Madrid, donde, sin duda, será recibido como
merecen sus servicios y sacrificios por el gobierno de su nación. Yo me
lisonjeo de que Vd. Contribuirá mucho a aclarar la materia de la guerra de
América, y que sus informes producirán bienes a la desgraciada Venezuela.
Tengo el sentimiento de decir a Vd. Que no
he recibido ninguna comunicación en que Vd. Me participe su marcha a Europa, y
sólo la idea de cualquier retardo inesperado me consuela de este silencio.
El teniente coronel Van-Halen lleva para
Vd. Las instrucciones originales del virrey Montalvo al virrey Sámano. He
preferido enviar el original porque, en algún caso, puede servir a Vd. Más
eficazmente que una copia. Los señores comisionados Sartorio y Espelius, me han
instado porque envié cerca del gobierno de España nuestros agentes
diplomáticos. En consecuencia, mando al secretario de Estado, Revenga y al
dolor Echeverría, gobernador político de esta provincia. Sin duda Vd. Tendrá la
bondad de proteger esta misión en cuento esté de su parte, como lo ha ofrecido
hacer en un caso semejante. Vd. Fue nuestro enemigo y a Vd. Toca ahora ser
nuestro más fiel amigo, pues de otro modo burlaríamos nuestras promesas de
Santa Ana, y derribaríamos hasta sus fundamentos el monumento de nuestra amistad. Nuestros enviados van bien
autorizados, y si el gobierno de S.M. desea la paz ella se hace satisfactoria
para todos, aun antes del mes de junio. Yo he tomado la libertad de dirigirle
una carta congratulatoria al Rey por su advenimiento al trono del amor y de la
ley, por haber empuñado el centro de la justicia para los españoles, y el iris
de la paz para los americanos; considerándolo como la gloria de los monarcas
del mundo, le ruego acoja con indulgencia los clamores de Colombia por su
existencia política. S.M. Debe ver en la expresión de mis sentimientos
el fondo de mi corazón.
Tenga Vd. La bondad, mi querido amigo, de
ponerme a los pies de su adorada señora, y de aceptar los cordiales
sentimientos con que soy de Vd. Su más afectísimo, atento servidor.
BOLIVAR”
Quizá el General Morillo era leal con sus
íntimas convicciones, confidencialmente expuestas a Bolívar en Santa Ana,
cuando entre otras cosas informaba con pesimismo a su gobierno: “Apenas quedan
2.000 europeos de los que han podido sobrevivir a los combates, a las fatigas,
y a la influencia del clima, y el bizarro Mariscal de Campo Don Miguel de la
Torre que los manda, habiéndose encargado del ejército al momento de ratificar
el armisticio celebrado con Bolívar, se verá en los mayores compromisos, si por
desgracia las hostilidades vuelven a abrirse”. En otro párrafo añade: “Sin
sueldos, sin recursos, y casi sin esperanzas de salvarse, el General La Torre y
el ejército de su mando, esperan con mi venida a esta capital el término de sus
males, y las resoluciones que ha tanto tiempo exigía el estado de aquel
ejército”. Y penetrando aun más en el fondo de la adversa situación, informa:
“No osará aventurar por mi ninguna idea sobre las medidas que deban tomarse en
el Estado a que se ha dejado llegar nuestros desastres en aquel País, por no
haber acudido con tiempo a su remedio…”
Al presentarse La Torre como sustituto de
Morillo, hizo ante los pueblos de Venezuela una especial referencia valorativa
a la entrevista de Santa Ana cuando dijo:
“Si vosotros hubieseis visto como yo la
entrevista encantadora de Santa Ana: huir espantado de aquel sitio el genio de
la discordia; transportarse a las lenguas lo más íntimo de los corazones: estar
en los ojos los espíritus: hablar sólo la naturaleza: excederse todos en
generosidad y franqueza; y arrojarse a la nada tantos años de venganzas y
resentimientos. Si vosotros hubieseis
visto y gozado del primero de los bellos días que deben seguirse,
confesaríais que son justas mis promesas”.